martes, 26 de octubre de 2010

La suavidad olvidada:




La suavidad olvidada:

En la dársena 
están fondeando mis manos,
de sus gastados huesos,
las están desguazando.

Antes, 
hábiles recolectoras de caricias
que posaban nenúfares 
en las fases de la luna.

Exploraban nuevos mundos,
ávidos de censura
en los taciturnos reversos
de fragancias sensitivas.

Trazaban con sus dedos, 
círculos placenteros
en aréolas de la noche 
con máscaras clandestinas.

Ahora, 
temblorosas y secadas en dudas,
sombrean paraísos 
escondidos en sus ojos.

Y a tientas, 
buscan en cajones usados,
las huellas perpetuadas 
por el polvo desecado.

Y alguna brizna 
de juventud que olvidara
en la madera sin barbecho 
y el musgo petrificado 
con alma de fósil extinguido.

Bajo la epidermis, 
labrada por el tiempo
escarban abruptas 
grietas en su memoria,
como la azada levanta la tierra
para oxigenar la próxima siembra.

Pero el cauce ennegrecido 
y seco de mis venas,
impide los ágiles saltos 
del fluido torrentoso,
y el tacto apenas distingue ya, 
la suavidad, 
de lo áspero.

Manos yertas, 
que esperan ser ungidas
por bálsamos olorosos, 
en su eterno descanso.

F. Rubio ©

miércoles, 20 de octubre de 2010

Los Asesinos de los sentidos:


                                
         Los Asesinos de los sentidos:

Que mi último latido
traspase las rejas
y se convierta en grito
por las calles mudas
de pobreza comida
por el barro.

Que mi último suspiro
se convierta en círculo de aire
y encadene en la trena
las sandalias de aquel
que pisa la vida.

Que mi última mirada
no la ciegue el pañuelo
fusilado frente al muro
y se vista de paloma mensajera
de fértiles poesías
para los olvidados.

Que mi último silencio
se escriba con susurros
de nanas arrullando
las aguas de las lágrimas
que salarán mis heridas.

Que mi última gota de sangre
empape las palmas de mis manos
y el niño yuntero labre en ellas
la historia de mis sueños.

Que levante la cara y grite...
¡Podréis pararle el latido,
apagarle el suspiro,
cegar su mirada y
enmudecerle su silencio!

Pero su última gota de sangre,
caerá sobre la tierra roja
que mañana parirá la libertad.
F. Rubio.

A Miguel Hernández en su centenario