lunes, 8 de febrero de 2010

Por ti, seré el sacrificio:




Por ti –
 Seré el sacrificio,
en el ritual de tu vientre incandescente.
Yo seré-
 El ágape ofrendado a tus caricias
un manjar de lujuria sacrificado a tu carne,
sin temor a evaporarme en suspiros,
como el agua en el calor de tus besos.
Yo me ofrezco-
 A ser devorado en abrazos sumisos
como el macho de la mantis religiosa.
Te dejo mi vida-
 Y eternizo mis sentidos,
en copulas eternas de noches nupciales.
Yo te serviré-
 En las cabalgadas torrentosas
de tus estremecimientos desbocados,
como un potro retorciéndose bajo tus espuelas,
agarrado al nácar almidonado de las sabanas.
Yo sucumbiré-
 A tus deseos caudalosos
en el fango terrenal moldeado por ti,
con sincronizadas envestidas de aliento
 en las simas de tu selva humedecida.
Yo seré-
 El que sacie tu sed de amor.

F. Rubio



domingo, 7 de febrero de 2010

Mañana lo dejo:


Mañana lo dejo:
Como el meandro de un rio,
giras y te marchas dándome la espalda,
no vuelves la mirada atrás
para que no te vea llorar,
pero el espejo de una nube
derrama perlas de sal en cada paso
que te aleja de mi puerta.

Te vas perdiendo poco a poco
Entre el atardecer, el humo de los coches
Y los chopos grises de la acera,
al doblar la esquina,
ya ni el olor a tu cuerpo me llega.

Miro mis manos: en ellas,
Apenas quedan cien hojas de un diario
escrito en la tristeza de madrugadas en vela.

El diario de un noctambulo camarero
cansado de servir copas,
a putas y borrachos salidos,
en un antro donde se beben sus depresiones,
o ahogan su amargura entre whisky
y lencería gastada por el uso y el roce,
en los asientos traseros de los coches.

Otra noche más, otra madrugada caminando
hacia una cama desierta,
donde ya no habita el calor,
ni el perfume a noches despiertas.

Se marcharon calle abajo
dejando sus lágrimas de cristal,
cansadas de esperar promesas
de un, -mañana lo dejo-.

F. Rubio


jueves, 4 de febrero de 2010

Se olvidó de volar.


Se olvidó de volar.

Rompió a llorar la golondrina, 
cuando se quedó sin barro para tejer su nido.

Sus alas que surcaban mis primaveras
se cansaron de dibujarme el cielo.

Se puso a llorar la golondrina,
cuando se helaron las flores
Y vio que había perdido el rumbo
entre el desierto y la nieve. 

Se olvidó de volar hacia el sur,
enamorada de un sueño 
que preñó su canto 
posada en mi ventana.

Se olvidó de volver de noche a su cama,
Se olvidó: que en el norte,
las noches de invierno son frías y largas.

Y lloró la golondrina,
sabiendo que no volvería
a anidar bajo mis pestañas.

Y llora la golondrina,
porque no podrá volar entre mis ojos y el sol.

Se le han secado las alas, 
dormida en el beso de un invierno.


F. Rubio