¡Hoy!
Sentado en mi viejo
sillón de piel ya reseca,
Deslucido por el paso del tiempo.
Pienso en los días que he pasado
con la espalda pegada a sus huesos…
a mis huesos.
Con los bolsillos vacíos de ilusión,
lejanos de vida,
de vientos,
de abrigo y de luz.
Me entran ganas de gritar,
pero no tengo fuerzas para
seguir alzando la voz.
No quedan apenas
cimientos donde apoyarme
para reposar las heridas causadas
por las esquirlas de metrallas,
ocultas en las miradas.
Es imposible,
aunque espero que alguien se apiade
de los pasos torcidos de mis zapatos,
los que han forjado
la línea curva de mi columna
y me hacen mirar las piedras
en las que tropezaba,
sin pensar si me las volvería a encontrar,
algún otro día.
He visto estelas doradas en el cielo
al alzar la mirada me hacían creer
en el buen camino
y luego...
nubes ennegrecidas que presagiaban dolor.
Cuantas noches rezando en la ventana,
esperando que el día siguiente
fuera más liviano,
más dulce.
Y cuando amanece…
sigue con el cielo oscurecido.
Las manos encogidas,
con la espalda encorvada
y el rostro decaído,
esperando alguna palabra amable,
pero solo estoy yo,
y el silencio en la ventana.
De vez en cuando
alguna ráfaga de soledad
viene a saludarme,
la dejo pasar a mi lado,
le doy cobijo,
y la invito a sentarse
en el decrépito sillón .
Luego hablo de no sé qué dios,
de no sé qué vida,
hasta que unos sorbos de bourbon
me hacen dormitar,
y una estela dorada ilumina sueños
que jamás se cumplieron;
Pero que siguen intactos en mi cabeza,
agarrados como alfileres
clavados en mechones de mis canas,
que fenecieron en reflejos
sobre espejos agrietados.
y el vello de punta,
signos de guerra entre
pensamiento y pasado.
Unas carreras y gritos de fondo,
está bajando el telón
mi obra se va acabando.
Me voy quedando solo,
con mi sombra
y mi sillón.