domingo, 30 de septiembre de 2018

Y si hablo de no sé qué vida:


¡Hoy!

Sentado en mi viejo

sillón de piel ya reseca,

Deslucido por el paso del tiempo.

Pienso en los días que he pasado

con la espalda pegada a sus huesos…

a mis huesos.

Con los bolsillos vacíos de ilusión,

lejanos de vida,

de vientos,

de abrigo y de luz.

Me entran ganas de gritar,

pero no tengo fuerzas para

seguir alzando la voz.

No quedan apenas

cimientos donde apoyarme

para reposar las heridas causadas

por las esquirlas de metrallas,

ocultas en las miradas.

Es imposible,

aunque espero que alguien se apiade

de los pasos torcidos de mis zapatos,

los que han forjado

la línea curva de mi columna

y me hacen mirar las piedras

en las que tropezaba,

sin pensar si me las volvería a encontrar,

algún otro día.

He visto estelas doradas en el cielo

al alzar la mirada me hacían creer

en el buen camino

y luego...

nubes ennegrecidas que presagiaban dolor.

Cuantas noches rezando en la ventana,

esperando que el día siguiente

fuera más liviano,

más dulce.

Y cuando amanece…

sigue con el cielo oscurecido.

Las manos encogidas,

con la espalda encorvada

y el rostro decaído,

esperando alguna palabra amable,

pero solo estoy yo,

y el silencio en la ventana.

De vez en cuando

alguna ráfaga de soledad

viene a saludarme,

la dejo pasar a mi lado,

le doy cobijo,

y la invito a sentarse

en el decrépito sillón .

Luego hablo de no sé qué dios,

de no sé qué vida,

hasta que unos sorbos de bourbon

me hacen dormitar,

y una estela dorada ilumina sueños

que jamás se cumplieron;

Pero que siguen intactos en mi cabeza,

agarrados como alfileres

clavados en mechones de mis canas,

que fenecieron en reflejos

sobre espejos agrietados.

La piel erizada

y el vello de punta,

signos de guerra entre

pensamiento y pasado.

Unas carreras y gritos de fondo,

está bajando el telón

mi obra se va acabando.

Me voy quedando solo,

con mi sombra

y mi sillón.

 F. Rubio (c)